FICCIONES. Memoria de novedades

Hoy quiero escribir sobre un libro que aún no he leído, que ni siquiera he comprado todavía, pero del que ya he empezado a disfrutar. Quiero hablar de la expectativa, de esa emoción que suscita saber que un escritor admirado acaba de publicar un nuevo título. El placer anticipado de su lectura, la posibilidad de salir a la calle y entrar en una pequeña librería y repasar la mesa de novedades con la certidumbre de encontrarlo. Lo cierto es que me complace darme cuenta de que este entusiasmo literario, este amor por los libros (que a lo largo de la vida ―como cualquier otro apasionamiento― tiene sus rachas y sufre sus altibajos), permanece intacto al paso del tiempo.
En mis años de estudiante, pocas cosas me deparaban mayor satisfacción que tener noticias de la inminencia de un nuevo libro de Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Juan José Millás, Rafael Chirbes, Bernardo Atxaga… Asistía a cada novedad editorial con la misma euforia que otros amigos y compañeros lo hacían a los conciertos de sus grupos de música favoritos. Recuerdo esa impaciencia por tener el libro en mis manos, por oler sus páginas nuevas… y cómo una vez que al fin obraba en mi poder, leía ávido las primeras líneas sin permitirme nunca pasar de la primera página. Porque me gustaba esperar el momento idóneo para empezarlo de nuevo. En casa, sentado en mi sillón preferido o tumbado en la cama bien provisto de cojines y almohadones, con la seguridad de poseer largas horas de tranquilidad por delante para zambullirme sin interrupciones en el universo de sus palabras. Y esa espera ritual resultaba casi tan dichosa como el momento mismo de la lectura.
Hace unos días, supe de la publicación de “Tanta pasión para nada” (Alfaguara), el nuevo libro de relatos de Julio Llamazares, y algo dentro de mí se encendió con la misma excitación de entonces, quizá imbuido del recuerdo de viejas lecturas, de tantos momentos entrañables que he vivido entre las páginas de sus obras: “La lluvia amarilla”, “Escenas de cine mudo”, “Luna de Lobos”, “Cuaderno del Duero”… quizá por un agradecimiento íntimo:  por su lucidez, por mostrarme la grandeza de la literatura, la belleza y la fuerza de la palabra escrita, la importancia de la memoria y, sobre todo, por revelarme esa vocación que no acababa de encauzar, este impulso de escribir.

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