FICCIONES. La verdad subjetiva

Publicado en el diario "Galicia Hoxe" (enlace texto en gallego) el día 13-3-2011
Thomas Bernhard

De la literatura, no me atrae tanto su aspiración a representar, de un modo más o menos fiel y elaborado, la realidad, como su capacidad para mostrar otro punto de vista, una visión personal y apasionada del mundo. Una posibilidad, una distorsión, una obsesión, un deseo. Vidas ficticias pergeñadas por el escritor a imagen y semejanza de la realidad, pero cuyas leyes sólo responden a la más pura y azarosa subjetividad. A simple vista, podemos advertir este rasgo en muchos escritores que no necesariamente comparten géneros, temas o inquietudes, ni siquiera planteamientos formales a la hora de estructurar o desestructurar sus ficciones. Desde Kafka, Borges o Albert Camus, hasta Paul Auster o Juan José Millás. No obstante, creo que cualquier clasificación en este sentido resultaría, sin duda, un ejercicio simplista y mixtificador porque, tal vez, no exista otra forma de hacer literatura, de representar la vida, de buscar la verdad, de expresar los sentimientos más auténticos y profundos y desgarradores, que desde la más absoluta subjetividad.
Thomas Bernhard (Heerlen, Holanda, 1931-1988) me parece el paradigma de esta forma de entender la literatura. Bernhard se aleja de las fórmulas narrativas tradicionales para sumergirse (y arrastrar tras de sí al lector) en una ficción de apariencia intimista, que logra su cénit en sus Relatos autobiográficos (Anagrama, 2009). Este libro, compuesto por cinco novelas cortas, abarca la supuesta biografía del autor desde la niñez hasta su juventud. Y digo “supuesta” porque, tal y como nos indica el traductor y prologuista de la obra, Miguel Sáenz, el propio Bernhard apuntó en uno de estos textos: “si no hubiera pasado realmente por todo lo que, reunido, es hoy mi existencia, lo habría inventado probablemente para mí, llegando al mismo resultado”. Es, precisamente, este juego literario, que desdibuja y confunde los límites entre lo real y lo inventado, el que le sirve para construir, con su prosa repetitiva, obsesiva a veces hasta la extenuación del punto y seguido, un discurso libre de toda convención y arrebatadoramente crítico. Un reflejo veraz del individuo frente al mundo. Y es que, como dijo Pío Baroja: “la literatura siempre ha sido un espejo de la vida, ahora y antes, y, probablemente, lo seguirá siendo”.

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