FICCIONES. Justicia literaria

Publicado en el diario "Galicia Hoxe" (enlace texto en gallego) el 23-1-2011

A veces el mundo editorial nos sorprende con la publicación de historias que han permanecido ocultas durante años, guardadas en algún cajón, acumulando el polvo de lo desechado, de lo que, en su momento, se consideró inadecuado, poco comercial o incluso falto de calidad. Suele ocurrir con autores que alcanzan cierta notoriedad y mueren en ese momento dulce de su carrera. No obstante, la historia de la literatura nos ha dejado casos tan insólitos como el de John Kennedy Toole y su novela La conjura de los necios, que vio la luz, incluso obtuvo el premio Pulitzer, once años después del suicidio de su autor en 1969, precisamente, por la frustración que le había supuesto su rechazo editorial. Raymond Carver es otro de los grandes representantes de esa fecunda literatura norteamericana del siglo XX. Escritor de cuentos, también cultivó la poesía, ha sido comparado con Chejov, John Cheever o Erenest Hemingway como uno de los maestros del género. Su muerte prematura, en 1988, dejó a sus lectores con sólo cuatro libros de relatos publicados. Diez años después de su muerte, se supo que el editor de Carver, Gordon Lish, había reducido (es un eufemismo), segado, en más del cincuenta por ciento los textos originales que conforman uno de sus libros más celebrados: De qué hablamos cuando hablamos de amor. Lish no sólo suprimió párrafos aquí y allá sino que llegó a cambiar el título y el final de muchos de los cuentos. Después de años de trabajo, utilizando los manuscritos originales y extrayendo sus palabras bajo las tachaduras del editor, se publicó en nuestro país el resultado de esta labor bajo el título de Principiantes (Anagrama, 2010). Y si bien es cierto que las manipulaciones de Lish pudieron influir en ese estilo escueto y de finales bruscos tan característico de Carver, no lo es menos que los originales  poseen una hondura que atrapa al lector con su escritura veraz y ajena al artificio.
De esta forma, más de veinte años después de la muerte de Raymond Carver, podemos encontrar en las librerías una novedad editorial de un autor que es ya un clásico de la literatura. No se trata de una reedición, ni de una obra póstuma, parece más bien una cuestión de justicia, una batalla ganada por la buena literatura en la guerra del mercado y las ventas.

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