Realidad, ficción y redes sociales

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Lo último de Juan José Millás es un monólogo interpretado con el debido delirio por Clara Sanchís en “Miércoles que parecen jueves”. La obra se anuncia como una conferencia del escritor acerca de su gran tema literario: las múltiples relaciones de reciprocidad o contubernio que se dan entre ficción y realidad, binomio fantástico por excelencia. Mientras el público finge (a la manera en que el lector suspende también su incredulidad ante las páginas de una novela) esperar al autor de “El desorden de tu nombre”, “Volver a casa” y tantos otros títulos maravillosos, Sanchís irrumpe en el escenario con una gabardina de lo más millasiana y un revólver asegurando que ella es Juan José Millás y que está dispuesto a dar esa conferencia caiga quien caiga. A partir de ahí, cuestiones como la identidad, lo imaginado y lo vivido, lo real y lo irreal, la cordura y la locura, se entremezclan con verboso ahínco en un juego de espejos muy familiar para los lectores del “verdadero” Millás. 

Después de ver la obra, del mismo modo que me ha ocurrido siempre al terminar de leer cualquiera de sus libros, me quedé pensando en todas las cosas imaginarias que componen, en mayor o menor medida, el sustrato de lo que hemos dado en llamar la realidad: la religión, la nacionalidad, el dinero, la política, la monarquía, las herboristerías, el matrimonio… Con el espectáculo de las redes sociales, por ejemplo, pasa un poco lo mismo que con la obra dirigida por Mario Gas: uno acepta la irrealidad de las cosas con la desenvoltura de un avezado lector o de un espectador entregado a la ficticia locura de una actriz que dice ser Millás y habla como Millás, e incluso se aferra al revólver como uno imagina que lo haría Millás o alguno de sus personajes. Y es que la ficción de las redes sociales ha pasado en tiempo récord a formar parte del imaginario colectivo de lo real. La paradoja llega al extremo cuando los asuntos propios de las redes acaban salpicando al viejo y decadente mundo físico en forma de juicio sumarísimo e incluso de privación de libertad, también cuando los tradicionales medios de comunicación, que no quieren perder la oportunidad de adaptarse a los tiempos, permiten que informaciones o estadísticas poco contrastadas de una u otra red social sirvan de soporte a argumentos periodísticos o políticos poco realistas (si se me permite el pleonasmo en este último caso). Todos hemos escuchado o leído titulares del tipo: “Arden las redes contra mengana”, “Las redes claman por la libertad de fulano”. Y es que las redes siempre están pidiendo dimisiones y nombramientos, castigos ejemplares, cancelaciones, justicia para unos y poco menos que la muerte en la hoguera para otros… Siempre tienen algo que decir, como nosotros cuando nos sumergimos en nuestra imaginación, tan rica en expresar deseos y conjurar injusticias. El problema es que uno, en el mejor de los casos, se sabe dueño de su propia imaginación, pero ¿quiénes son, en realidad, los dueños de lo que sucede o se agita en las redes? Dos hombres (la realidad se impone) están detrás de las más relevantes y, seguramente, un oscuro y confuso conglomerado de intereses económicos tenga el control (real o ficticio) de todas ellas (puestos a imaginar). 

Por otro lado, el esfuerzo que uno debe hacer en la vida real para adaptarse a la ficción de las redes sociales solo es comparable al que hacemos en el gimnasio, e incluso en el supermercado, mientras tratamos de desembarazarnos de la realidad de nuestros cuerpos y de las constantes subidas del IPC. En las redes sociales todo el mundo viaja por todas partes y come en fabulosos restaurantes y sonríe y luce palmito y visita museos y librerías y lleva años leyendo a la última premio Nobel de literatura. En el mundo real, sin embargo, los escritores se mueren de hambre y la precariedad salarial apenas permite llegar a fin de mes a más de la mitad de los hogares españoles (según la OCU), la gente en el metro sonríe enajenada a sus teléfonos móviles y regresa a casa agotada y sin ningunas ganas de subir un reel mientras se prueba frente al espejo el outfit que llevará el sábado por la noche. Y, sin embargo, quien más quien menos hace lo posible por estar a la altura de su personaje ficticio, ese que hemos creado para vivir la vida imaginaria de las redes, donde cualquiera puede ser crítico de cine o de arte, analista político o poeta, experto medioambiental o, por qué no, el mismísimo Juan José Millás.

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