Al margen
Leer en Nueva Tribuna (25-10-2017)

La ciudadanía, creíamos algunos, ingenuos, nos garantizaba derechos fundamentales, aunque también nos imponía ciertas obligaciones, lógicas en toda convivencia. ¿Podría haber un mayor grado de independencia? Qué quieren que les diga, no estamos solos, ¿no? Pero en fin, la imaginación es libre, al menos de momento. Y uno puede fantasear hasta el delirio con un mundo (una república independiente, en este caso) feliz o con una nación grande e indestructible o con ser el guardián de la moral y la profilaxis divina… lo verdaderamente trágico es que la imaginación de unos acabe convirtiendo la realidad de otros en un lugar ajeno, violento y anacrónico.
Yo siempre apelo a la ficción como refugio; a la literatura como lugar de conocimiento, pero no de datos o de información útil para la prosperidad social o económica, ni siquiera como herramienta para enriquecer un supuesto bagaje cultural, sino de sentimientos e inquietudes propios y ajenos; una forma extraordinaria de acercarnos a lo desconocido, a lo que nos extraña o asusta, a lo que nos conmueve, a mil y una maneras distintas de interpretar el mundo, la realidad, la vida. No obstante, y por fortuna, la literatura siempre se mueve en los márgenes, lejos de todo ese ruido antiguo; y nosotros, “ingrávidos y gentiles”, con ella.
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