El becerro
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Foto: Reuters |
En su reciente visita a nuestro país para recibir el Premio
Princesa de Asturias de las letras Richard Ford decía que Donald Trump, al que
calificó de chalado, “es una encarnación fea y monstruosa de la indiferencia
hacia los gobiernos. Los americanos quieren que todos los demás sean gobernados
menos ellos mismos, y como filosofía es una noción desastrosa pensar que el
gobierno es la fuente de todos los males". Pues bien, ahora ya no son solo
los americanos los que piensan así de su gobierno. Donald Trump y sus votantes
han conseguido poner de acuerdo al resto del planeta y el gobierno de Estados
Unidos va camino de convertirse en el anticristo de ese paraíso terrenal que
venimos llamando democracia, o mundo civilizado, o delicado equilibrio
internacional.
Sin embargo, en este paraíso nuestro llevamos demasiado tiempo
idolatrando al dinero como única razón de ser de nuestras vidas. Desde los
gobiernos, las instituciones, las mismas familias, no se fomenta otra cosa.
Queremos que nuestros hijos sean algo en la vida, es decir, que no les falte
dinero, y orientamos su educación según las posibilidades futuras de obtener
mayores o menores ingresos en función de los estudios que realicen. ¿Que al
niño le gusta el arte, los libros, la filosofía? ¡Reeducación! Que con esos
gustos y conocimientos solo puede llegar a ser un muerto de hambre, además de
un friki, tal como pintan las cosas últimamente. Nuestras sociedades solo miden
el éxito en función de los resultados económicos obtenidos, eres lo que tienes,
la fortuna que has conseguido amasar. Hacemos listas de grandes millonarios y
nos parecen la gente más extraordinaria del mundo. Hasta mi hijo pequeño
alucina con la lucha anual entre Ortega y Gates por ponerse al frente de la
lista Forbes. En cambio, de Richard Ford no quiere saber nada… ¿Cómo no iba a
acabar el dinero presidiendo (de forma presencial, física, me refiero, porque
en la sombra lleva haciéndolo… no sé, pongan ustedes los años) el gobierno de
la mayor superpotencia del planeta? En el fondo es pura lógica. Donald Trump es
la personificación de nuestras patéticas ambiciones. Su ignorancia, su
incultura, su cavernismo (si se me permite la expresión) representan muy bien
todo lo que estamos sacrificando por esta creencia ciega en el dinero. Tal vez
se trate de una falsa religión, pero lo que es indudable es que ya tenemos
nuestro becerro.
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