Niños muertos
Foto: El Correo.com |
Sabíamos lo que iba a ocurrir. Tras el impacto de
aquella imagen del cadáver infantil de Aylan Kurdi, tendido bocabajo en la
orilla de una playa turca, todo se ha vuelto nebuloso. Las imágenes se han
sucedido con tanta abundancia de muerte y sufrimiento que, por efecto de esa
paradoja bien conocida, pero no por ello menos espeluznante, su cotidianidad ha
rebajado nuestra indignación. No sabemos cómo asimilar lo que está ocurriendo,
todos esos niños que vinieron después de Aylan, cuerpos pertrechados con
inútiles salvavidas naranjas y zapatillas de deporte que los buzos sacan del
agua una y otra vez.
En esta llamada crisis de los refugiados, los niños
están teniendo un triste protagonismo. No porque sea la primera vez que se ven
forzados a pagar la sinrazón de los adultos, esto ha ocurrido siempre, sino
porque, esta vez, las cámaras han sorteado en mayor medida los tabús habituales
y nos han mostrado la realidad con toda su crudeza. Y la realidad está llena de
niños muertos. Y la realidad está ahora en nuestra propia casa, en la Europa
civilizada, la Europa de los Derechos Humanos, del fútbol de los domingos… Esta
crisis es la de esos niños ahogados, la de esos niños hambrientos y muertos de
frío que lloran al otro lado de unas alambradas, la de los que cruzan
barrizales y ríos y carreteras en brazos de sus padres y duermen a la
intemperie y son perseguidos y amenazados por soldados y policías. Todos esos
niños son el icono del fracaso de Europa. Pero ni siquiera eso ha servido para
que nuestros gobernantes reaccionen. Claro que los ciudadanos también tenemos
nuestra responsabilidad. No solo nos hemos insensibilizado de acuerdo a las
exigencias de la economía, y la sociedad, de mercado que hemos construido
(donde impera la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda), sino que somos
los responsables de que nos gobiernen unos tipos que solo son capaces de
echarse al agua si es un banquero el que se ahoga.
Las imágenes parecen haber agotado su capacidad
para espolearnos, o, al menos, su efervescencia es cada vez más efímera. Quizá
haga falta una buena novela o una película de gran presupuesto y excelentes
interpretaciones sobre esta crisis humana para que, desde la comodidad del
sillón o la butaca, podamos derramar a gusto unas cuantas lágrimas de ficción
por la tragedia de esa pobre gente. Porque en la realidad, ya ni los niños
muertos nos conmueven.
Comentarios
Publicar un comentario