Nuestro equipo
Tengo la impresión de que en los debates políticos,
en general, como en el fútbol, uno siempre va a muerte con su equipo. Te
sientas delante del televisor con unas cervezas y un cuenco de patatas fritas
con la única intención de deleitarte con el dominio verbal de tu candidato y la
elegancia de sus regates a las cuestiones más escabrosas de su programa, de sus
intenciones o de su gestión política en el pasado. Aplaudes a rabiar cuando
detiene con maestría un penalti lanzado a la yugular de su ideología por uno de
sus rivales y enloqueces de placer cuando es él quien le marca a aquel un gol
por toda la escuadra de la corrupción, la hipocresía o el populismo (que es el
auténtico “piscinazo” de la política). En realidad, te da exactamente igual lo
que digan los demás contendientes. Tú solo tienes ojos para el tuyo, para tu
equipo. Incluso ante propuestas parecidas, algunas exactamente iguales, no
puedes evitar bufar y abuchear las del rival y festejar con vítores y algazara
las de tu candidato.
Esto no quiere decir, necesariamente, que carezcas
del menor sentido crítico. Al contrario, y a excepción de los muy forofos, que
también los hay, uno puede llegar a ser muy exigente con su propio equipo y, en
el caso de que el partido se esté inclinando claramente en nuestra contra y
empecemos a percibir signos evidentes de vergonzosa debilidad en nuestro
jugador estrella, no dudaremos en juzgar con severidad la política de fichajes
o incluso la deficiente labor de jugadores, técnicos y directivos. Eso sí, sin
perder nunca de vista quiénes son nuestros rivales, el enemigo, y cuáles son
nuestros colores, los de toda la vida, los que llevamos en el corazón; porque
el equipo está por encima de las personas (¡Todos somos contingentes, pero el
equipo es necesario!, como el alcalde de Amanece,
que no es poco). Pensaremos: hemos planteado mal el encuentro, o, hay que
cambiar a la mitad de la plantilla… pero por mucho que el Dépor saliese
vapuleado de Balaídos, o el Celta de Riazor, a nadie se le ocurriría
convertirse en hincha de su eterno rival.
Se puede dar el caso del espectador neutral, el
votante indeciso, un observador objetivo, pero quién nos asegura que este
acudirá al partido del 20D a poco que caigan unas gotas o tenga planes más
sugerentes para ese día.
Otra cosa es que nuestro equipo pierda el partido
por incomparecencia. ¿Podríamos justificarlo? Seguro que sí.
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