La hipocresía de la muerte
Es un cliché muy extendido el sentir cierta
lástima, incluso aprensión, por quienes han orientado su carrera profesional
hacia el sector funerario. Sin embargo, todos estamos de acuerdo en que se
trata de una tarea que no solo reporta beneficios económicos, sino sociales.
Una huelga indefinida de los servicios funerarios provocaría una crisis social,
de salud pública e incluso moral sin precedentes. Nos puede parecer una forma
triste de ganarse uno la vida debido al drama permanente en que se desenvuelve
cada jornada laboral, incluso tenebrosa, por el tabú y el miedo que la muerte
entraña para nuestra sociedad, pero a nadie se le ocurriría poner objeciones al
desarrollo de su labor.
Morirnos es lo peor que nos puede pasar (desde un
punto de vista teórico, claro, porque en determinadas circunstancias, la
práctica de la vida puede ser el mayor de los suplicios). Si nos pasásemos la
vida pensando en la muerte que nos espera, muchas de las cosas que hacemos
diariamente carecerían de sentido. Así pues, dejamos la muerte a un lado y
cuando no queda más remedio que hablar de ella lo hacemos en bajito. La muerte
se susurra, se adorna con flores y, finalmente, se deja en manos de
profesionales con trajes oscuros, rostros serios y ademanes sigilosos.
Otra industria relacionada con la muerte es la
armamentística, y, a pesar de la crudeza de su labor y su dudosa moralidad, socialmente,
se trata de un sector mejor valorado que el funerario.
En buena parte del planeta es ilegal, por ejemplo,
cultivar plantas de marihuana, fumarse un porro en la calle, llevar en el
bolsillo una cantidad inocua de hachís para consumo propio, también pasearse
desnudo o beber alcohol a plena luz del día… y, sin embargo, con más o menos
restricciones, uno puede comprar, vender y portar armas de fuego sin el menor
problema legal.
¿Existirá un registro tan meticuloso de las armas y
su munición como para que el operario que fabricó el fusil o la bala que mató
un día cualquiera a cualquier ser humano en cualquier parte del mundo, pueda
llegar a conocer el destino final de su labor, quizá desarrollada en una
jornada algo tediosa, un día en que solo pensaba en salir pronto del trabajo
para tomarse unas cervezas con los amigos? ¿Y para el directivo, el empresario,
el exportador, el inversor… el legislador?
La gente muere ametrallada en las calles de París y
sube la cotización de las empresas de armamento. ¿Acaso todo esto tiene algún
sentido?
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