Quisiera no escribir hoy sobre Rafael Chirbes
Leer en el diario digital Nueva Tribuna
Cómo
me cuesta, porque no me gusta nada, escribir sobre alguien que acaba de morir. Y
se hace todavía más difícil cuando se trata de una persona tan admirada, tan querida;
cuando su figura literaria, toda su obra, están tan arraigadas a la vida de uno.
Quisiera no escribir hoy sobre Rafael Chirbes, pero su nombre se me aparece
sobre el teclado, una y otra vez, sin que mis dedos puedan evitar recorrer la
secuencia fantasmal de letras que lo componen. La noticia de su muerte, el
pasado sábado, me conmocionó como pocas. No lo conocía, no, al menos,
personalmente, pero sus novelas, sus ensayos y libros de viajes, su familiar
voz narradora, me han acompañado a lo largo de toda mi vida adulta y, de alguna
manera, esa intensa relación nuestra de mutua fidelidad literaria (porque yo
nunca dejé de leerlo y él jamás me defraudó con ninguno de sus libros), acabaría
forjando un vínculo casi tan estrecho como el de las más íntimas amistades. Es
el milagro de la gran literatura y la suerte enorme de haber sido contemporáneo
de un escritor fabuloso. Recuerdo la emoción con que acogía la noticia de cada
nueva publicación suya, mis visitas impacientes a la librería antes de que el
libro hubiese sido distribuido… las inmensas horas de lectura que me ha
proporcionado, sus fascinantes monólogos interiores… todas esas novelas con las
que he ido creciendo, con las que he disfrutado y aprendido tanto. Porque tenía
apenas veinte años cuando empecé a leerlo, y mi afición y mis gustos
literarios, mi forma de ser y de mirar el mundo, de entender la vida y la
escritura, en buena medida, fueron modelándose bajo su influencia.
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Rafael Chirbes |
La
literatura de Chirbes se nutre de los elementos más humanos. Elabora su prosa
con la arcilla de la memoria y el respeto absoluto por su oficio, alejado de
modas y del barullo mediático, pura artesanía narrativa. Sus novelas tienen una
carga importante de pesimismo (existencial) y de amargura, y reflejan las
miserias de una sociedad lastrada por su hipocresía y su tendencia al olvido.
La
soledad, la traición, el sentimiento de derrota, el peso de las relaciones
familiares, la profunda herida que la guerra civil y la posterior dictadura
infligieron a varias generaciones de españoles… Toda su obra está entretejida
de voces del pasado que pueblan el presente como los fantasmas de Comala. Voces
que, en el trance efímero de la lectura, consiguen reparar la injusticia del
olvido y la muerte. Chirbes escarba en el autoengaño, en las falsas apariencias,
en el fin de las ideologías y sus consecuencias en un mundo que ha perdido sus
referencias y el material con el que cimentar sus proyectos políticos más allá
de los intereses económicos. Qué paradoja que, precisamente él, vaya a ser
recordado por una serie de televisión basada, de forma muy superficial, en una
de sus novelas. El menos mediático de nuestros escritores, el más descreído. Supongo
que es el peaje de una época, la nuestra, en la que nada es lo suficientemente
real o valioso, y mucho menos exitoso, si no ha aparecido alguna vez en la
televisión.
Al
parecer, antes de su muerte tan prematura, ya había entregado a su editorial el
manuscrito de una nueva novela. También ha dejado unos diarios. La urgencia por
leerlos es la misma que sentía hace veinte años. Es el consuelo egoísta de sus
lectores, también la posibilidad de releerlo, desde Mimoun hasta En la orilla.
Hace
dos años, asistí a una charla de Chirbes en la UNED de A Coruña. Habló de su
obra y de sus referencias literarias, de su visión de la crisis y su
perplejidad ante el éxito que le había sobrevenido con sus últimas novelas. Se
despidió diciendo: “De todo lo que he dicho aquí hoy, no me hagan ustedes ni
puto caso”.
Adiós,
maestro.
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