La imaginación al poder
Lo
que más me gusta de los nuevos dirigentes políticos llamados a gobernar en varias
ciudades españolas tras las pasadas elecciones es, precisamente, que no parecen
dirigentes políticos. Ada Colau, Manuela Carmena, Xulio Ferreiro… se
desenvuelven con una naturalidad muy alejada de los cánones tradicionales
estipulados por esas hordas de asesores que nos gobiernan en la sombra. Son
diferentes. Tampoco hablan como sus predecesores en los cargos que pronto ocuparán,
porque no han asimilado (espero que no sea por falta de tiempo sino por virtud)
el lenguaje vacío, contradictorio y mendaz del político, digamos, profesional.
Visten como quieren y no como creen que deberían vestirse para parecer o aparentar
esto o lo otro. Son ellos mismos, no figuras construidas con arquetipos
estadísticos a imagen y semejanza de un idealizado ciudadano medio al gusto de
la mayoría. Dicen lo que creen oportuno y parecen creer de verdad en lo que
dicen, lo que les confiere cierta aura de ingenuidad, condición muy
desprestigiada en política (y en la vida en general), pero que a mí me parece
casi revolucionaria en estos tiempos.
Suele
decirse que las buenas intenciones no son suficientes en política. Sin embargo,
después de tantos años de incompetencia y saqueo institucional, de intencionado
deterioro de lo público, de la Sanidad, de la Educación, de la Cultura… de asistir
al insultante vaivén de puertas giratorias propiciado, entre otras cosas, por
la privatización injustificable de empresas y recursos públicos, y de
atestiguar cómo se propaga una ideología política empeñada en convertir a los
ciudadanos en súbditos de los poderes económicos, a los países en marcas a la
venta en los mercados y a las democracias en concesiones revisables por los
inversores… después tanta miseria, decía, no me parece que las buenas
intenciones de estos nuevos protagonistas políticos sean tan poca cosa. Podrán
conseguir o no sus objetivos, y, tal vez, la realidad acabe mostrándose más
obstinada de lo que creían, pero habrá merecido la pena intentarlo, porque,
como dijo Tony Judt: “Como mejor se mide el grado de esclavitud en el que una
ideología mantiene a un pueblo es por la colectiva incapacidad de este para
imaginar alternativas”. Hemos tenido que sufrir esta crisis y ver recortados
derechos fundamentales para poner a prueba nuestra imaginación. Démosle ahora
una oportunidad.
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