¿No nos representan?
Cierto
es que no debemos olvidar cómo hemos llegado hasta aquí, quiénes fueron los
artífices de este desastre: la locura especulativa, el obsceno despilfarro de
dinero público, la corrupción, la tórrida sumisión de los sucesivos gobiernos
ante las llamadas agencias de calificación, ante las caprichosas exigencias del
mercado todopoderoso y los trajeados yonquis de la especulación financiera...
Hay más, y todavía hoy, a pesar de todo, seguimos aferrados a la idea de la
rentabilidad económica como medida única del valor de todo lo que hacemos y finalidad
de nuestra existencia. Si no consigues monetizar (disculpen el palabro) tu
talento, diría que tu vida, eres un paria. El gran José Luis Sampedro decía que
esta concepción de la vida es “un reduccionismo economicista absolutamente
aberrante. Es confundir una economía de mercado con una sociedad de mercado.
Vivimos en una sociedad que da valor a lo que tiene precio en el mercado y no
valora lo que no lo tiene… y como decía Antonio Machado: cualquier necio
confunde valor y precio”. Nuestros propios gobernantes no tienen pudor en hablar
del país como marca, reduciendo nuestras vidas a meros valores contables. “Nos
educan para ser productores y consumidores, para ser súbditos y no para tener
pensamiento propio”, otra vez Sampedro.
No
obstante, no podemos dirigir únicamente nuestra mirada y nuestros reproches
hacia gobiernos, partidos políticos y banqueros. A menudo, y sobre todo en
tiempos de bonanza económica, los ciudadanos de a pie solemos dejarnos llevar
con manso borreguismo por las corrientes hacia las que esa plutocracia nos
arrastra; asumimos o ambicionamos el estilo de vida de las élites como modelo
del éxito y despreciamos alegremente a quienes tratan de advertirnos (¡esos
aguafiestas!) de la trampa, del riesgo de tanta frivolidad. Son nuestros votos
los que ponen a tan reprobados gobernantes en sus cargos. Somos nosotros
quienes toleramos o justificamos muchas veces conductas poco éticas o
abiertamente corruptas en función de nuestros intereses o inclinaciones
políticas, quienes perpetuamos la imagen del triunfador en función del dinero
acumulado, del coche más grande. Somos nosotros quienes diariamente elegimos
entre abrir un libro y encender la televisión (¡Ay, la cultura!). Los políticos
nos han decepcionado, pero ¿podemos estar seguros de que, en realidad, no nos
representan?
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