PALABRA POR PALABRA. Periodistas

Publicado en el diario La Opinión A Coruña (suplemento Saberes) el día 17-1-2015

Stéphane Charbonnier, 'Charb', uno de los periodistas
asesinados en el atentado contra 'Charlie Hebdo'.

(Foto: Francois Guillot. Fuente: elPeriódico)
No cabe duda de que el periodismo es una profesión de alto riesgo. Hace años, al menos poseía el encanto novelesco y cinematográfico de las redacciones llenas de humo y el trasiego de botellas de whisky después del cierre, la dignidad de esos husmeadores de noticias de la vieja escuela, el periodismo de investigación a lo Bob Woodward y Carl Bernstein (Robert Redford y Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente) en el hervidero de un Washington Post sumido en un repiquetear urgente de decenas de máquinas de escribir. También el prestigio de la escritura, el conocimiento y la utilización sabia del lenguaje para provocar calculadamente una emoción o transmitir con fría objetividad la crónica de los hechos; un estilo narrativo propio que ejercido con maestría acabaría convirtiéndose en todo un género literario. Y por supuesto, el romanticismo impagable del reportero de guerra, su labor épica de testigo imparcial, su responsabilidad de dar voz a quien no la tiene, de poner nombre a las víctimas, a los desaparecidos, a los muertos, a los olvidados… también al tirano, al torturador, al verdugo.
Hasta hace bien poco, muchos periodistas de este país vivían diariamente bajo la amenaza de muerte del terrorismo patrio, ése que alguno no tenía pudor en llamar “Movimiento Vasco de Liberación” (Aznar dixit) y la mayoría, por supuesto sin pretender justificarlo, lo denominaba, eufemísticamente, “conflicto vasco” (Con José María Portell y José Luis López de Lacalle se pasó de las amenazas al asesinato). En México, Colombia, Irak,  Rusia, Filipinas… ser periodista es un delirio autodestructivo. La veda está abierta y, en la última década, la ONU cifra en más de 700 los periodistas asesinados en todo el mundo. En fechas recientes hemos asistido por internet a decapitaciones rituales propias de la Edad Media y ahora todavía estamos asimilando la masacre de Charlie Hebdo. Mientras tanto, en España, la precariedad laboral en esta profesión va en aumento; se recortan sueldos y plantillas, se cierran medios, y en la escasa pluralidad resultante, la manipulación informativa y la falta de imparcialidad de ciertos grupos de comunicación (también públicos) es alarmante. El periodismo está en el punto de mira, y lo menos que podríamos hacer ante ello es evitar su decadencia, dignificar una profesión imprescindible para garantizar la libertad y la democracia.

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