PALABRA POR PALABRA. Subirse al árbol
Italo Calvino (1923-1985) |
“Cosimo estaba en el acebo. Las ramas se
agitaban, altos puentes sobre la tierra… Cosimo miraba el mundo desde el árbol;
todo, visto desde allá arriba, era distinto, y eso era ya una diversión…”
Me acuerdo muchas
veces de Cosimo, el protagonista de ese hermoso libro de Italo Calvino, El barón rampante. Cosimo tenía doce
años cuando se subió a lo alto de un árbol para no volver a pisar la tierra
durante el resto de su vida. Como nos cuenta su propio hermano, el narrador de
esta fabulosa historia, tales acontecimientos sucedieron en otra época, un
tiempo en que una ardilla podía cruzar toda Europa saltando de rama en rama, de
tantos árboles como la poblaban. Lo que al principio fue considerado por todos
como una chiquillada, una reprobable excentricidad, acabó convirtiéndose en una
forma de vida. Desde la altura, las cosas se veían de otra manera,
transformando el significado de cuanto Cosimo había conocido mientras vivía con
los pies en la tierra. Desde la experiencia y la sabiduría que fue adquiriendo
en esa vida elevada del suelo Cosimo aspiraba a una sociedad donde se
estableciese “una república mundial de iguales, libres y justos”, una sociedad
que, de una vez por todas, dejase de apegarse al terruño como si se tratase del
mismísimo útero materno, que fuese capaz de organizarse realmente en torno a otros
valores, “Mi hogar está por doquier, dondequiera que pueda subir, yendo hacia
arriba”.
A menudo, me acuerdo
de Cosimo, de la urgente necesidad de encaramarnos a los escasos árboles
indultados por el ladrillo para tratar de ensanchar nuestra perspectiva, para distanciarnos
de esa atracción telúrica, geográfica y convencional, que, en pleno siglo XXI, continúa
guiando la política (que no las finanzas, que, por algún motivo, no saben de
patrias, banderas ni fronteras) en todos los rincones del planeta. Muchos
políticos, más que tener los pies en el suelo, parecen clavados a él, cegados
por los acres que ambicionan gobernar. Venden la idea de la tierra, ese marketing
sentimental; viven de esa idea, tejen sus leyendas, se llenan la boca de tierra.
Pero, como decía Cosimo Rondó, el barón rampante, “Quien está en lo alto está bien a la vista
por todas partes, mientras que hay quien se arrastra para esconder el rostro”. Sin
duda, necesitamos políticos y ciudadanos capaces de subirse a los árboles, toda
una sociedad de altura.
Uno de los mejores libros que he leído, tal vez con el que más he disfrutado.
ResponderEliminarGracias por habérmelo recomendado.