PALABRA POR PALABRA. "Ebooks", suvenires y panegíricos
Últimamente, abundan los mensajes apocalípticos de
fabricantes de lectores de libros electrónicos augurándonos un futuro de
estanterías vacías en los salones de nuestras casas futuras (como si no lo
estuvieran ya bastante). Dicen que el Ebook
no solo cambiará nuestros hábitos de lectura sino que afectará a la decoración
de nuestros hogares. Llegó a insinuarse, incluso, que en Ikea habrían
modificado el diseño de una de sus estanterías para adaptarla a este nuevo
fenómeno, algo que enseguida desmintieron. Imagino que todo este barullo habrá
puesto en guardia a vendedores de suvenires al acecho de anaqueles vacíos. Y
puesto que el nuevo diseño extrafino de los televisores de plasma ha debido
perjudicarles seriamente (cuántos toros de españolas banderillas y acueductos
de Segovia, cuánta bailaora andaluza y cuántos platillos con ingeniosos
proverbios patrios han perdido su acomodo ornamental), querrán aprovechar la
nueva oportunidad de negocio que les brindan estos ingenios electrónicos que, a
partir de ahora, alimentarán en exclusiva nuestros intelectos (con permiso de
publicistas y programadores de televisión).
Cualquier persona aficionada a la lectura podría explicarles a estos fabricantes megalómanos que el placer de la lectura es complejo y, muchas veces, caprichoso, cuando no obsesivo; que la sustancia narrativa de las mejores novelas perdura en el tacto del papel y el olor de la tinta y la goma de la encuadernación. Como ha ocurrido con tantos inventos que venían para cambiarnos la vida, supongo que el nuevo y el viejo libro convivirán amablemente durante largo tiempo. Eso sí, se me ocurre que el Ebook será muy útil en países con regímenes totalitarios, donde la literatura es una amenaza y existen títulos prohibidos que ahora sus súbditos podrán leer y ocultar con facilidad para no caer en desgracia.
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Manuel Fraga Iribarne |
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