FICCIONES. El bosque menguante

Publicado en el diario "Galicia Hoxe" (enlace texto en gallego) el día 1-5-2011

Poco quedaba ya de aquella fraga que era “toda vida: una legua, dos leguas de vida entretejida, cardada, sin agujeros, como una manta fuerte y nueva, de tanto espesor como el que puede medirse desde lo hondo de la guarida del raposo hasta la punta del pino más alto”. Hablamos de los bosques de Cecebre, en Cambre, A Coruña. Citamos a Wenceslao Fernández Flórez, claro, y su novela El bosque animado. Poco quedaba y, no obstante, como es sabido, las cosas siempre pueden empeorar. Leemos estos días en los periódicos que el propietario de los terrenos (el dueño del bosque, ¿existía este personaje en los cuentos infantiles? Recuerdo lobos, brujas, bandidos…) realizó una tala indiscriminada (a lo bestia), a pesar de que sólo tenía permiso para cortar medio centenar de carballos. Este personaje, de no sé qué cuento, decidió arrasar unos 160 carballos, castaños y pinos de todos los tamaños, dejando una imagen melancólica de devastación en medio de la fraga que me recordó, salvando las distancias y el volumen, que no el despropósito, a esas terribles calvas de barro que salpican la gran selva amazónica. Quizá exagere, ya lo sé. Se trata sólo de la impresión que me causó una fotografía. Pero también de ese desánimo que le invade a uno cuando presta un poco de atención a lo que sucede a su alrededor. Aquí al lado. Y es que es siempre aquí al lado donde mejor se aprecia la terrible falta de imaginación de nuestra sociedad; echen un vistazo a nuestras costas enladrilladas.
Nos visitaron estos días unos amigos de Bilbao y se me ocurrió enseñarles la fraga. Buenos lectores, conocían a Wenceslao Fernández Flórez, habían leído El bosque animado. Así que fuimos hasta el Lugar de Apeadeiro y visitamos Villa Florentina, la Casa Museo del escritor y sede de la fundación que lleva su nombre, paseamos a la orilla del Mero, por el paseo fluvial, y comimos cerca del embalse. A pesar del visible empobrecimiento de los bosques, pasamos un buen día. Al volver a casa, pusimos la película, genial, de José Luis Cuerda basada en el libro y disfrutamos de las aventuras del bandido Fendetestas y de los amores entre Geraldo y Hermelinda “en aquellos años en que una gallina costaba dos pesetas y la fraga de Cecebre era más extensa y frondosa”. ¡Ay! Si Fiz Cotovelo levantase la cabeza…  

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