PALABRA POR PALABRA. Obaba en el Congo

Escribo en una lengua extraña”… “las palabras con que designa las cosas antiguas -los ríos, las plantas, los pájaros- no tienen hermanas en ningún otro lugar de la Tierra”.
La cita pertenece a Bernardo Atxaga y la he extraído de Nueva Etiopía, un libro-cd que el autor, en colaboración con varios músicos vascos (entre ellos Mikel Laboa y Ruper Ordorika), publicó en 1996. Aquel año, yo compartía piso con un compañero de la facultad que era de San Sebastián y, gracias a él, había descubierto hacía algún tiempo la cadencia entrañable de las melodías de Laboa y el rock cuidado y poético de Ordorika, por lo que aquel disco, de fuertes resonancias literarias, enseguida se convirtió en un objeto mítico en nuestro desastrado piso de estudiantes (era lo único que siempre estaba en su sitio y que limpiábamos de vez en cuando). Entonces, Bernardo Atxaga era ya un escritor conocido, sobre todo por Obabakoak (1989), libro que yo no había leído todavía y cuyas referencias sugerían un territorio imaginario y mágico (el pueblo de Obaba) que poco tenía que ver con la única obra suya que conocía y por la que ya lo admiraba, El hombre solo (1994). No obstante, no tardaría en realizar mi viaje iniciático a aquella villa de cuentos fantásticos que hoy constituye uno de mis más queridos paisajes literarios.
En 2004, con El hijo del acordeonista, Atxaga regresó a Obaba y, desde allí, construyó la historia de una amistad que recorre buena parte del siglo XX, que planea entre el pasado y el presente, el amor y la muerte, lo local y lo universal, a través de una cuidada y vivificante estética literaria; la idea de que estás leyendo algo excepcional.
En su última novela, Siete casas en Francia (2009), la acción nos lleva al Congo belga, donde unos soldados de la Force Publique se debaten entre cierta afectación civilizada y la más necia barbarie. Lejos de Obaba, permanece, sin embargo, intacta su maestría de artesano de las palabras; el amor y el respeto por esa lengua “extraña” en la que escribe, por la literatura al fin y al cabo. Y es que, en realidad, uno cree advertir el espíritu de Obaba en el mismo corazón del Congo. Obaba, ya no como el escenario concreto de alguna de sus obras, sino como una pulsión poética, musical, narrativa; el compromiso del autor con su oficio. La región que habitamos cuantos disfrutamos con su literatura.

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