Leo en el periódico que Gadafi ha comparado su ofensiva en Bengasi con la entrada de Franco en Madrid en 1939. Supongo que tiene cierto sentido, ya que ambos personajes resultan hoy igual de anacrónicos y sanguinarios. No obstante, parece que, en esta ocasión, las potencias occidentales sí intervendrán para tratar de evitar que el dictador libio, en una hipérbole comparativa, llegue a “cumplir” en Bengasi la misma promesa que Franco hizo al entrar en Madrid a propósito de los vencidos. “No serán molestados. No les perseguiremos”, ha dicho Gadafi (¡qué escalofrío!).
A estas alturas de nuestra democracia, resulta inquietante escuchar alusiones de este tipo a la historia de España. Y es que, a veces, los gestos son importantes, dicen cosas de nosotros; quienes nos ven desde fuera pueden llegar a formarse una idea de lo que somos. A veces, un gesto tiene más impacto que las palabras, que las tibias declaraciones de condena. Supongo que no hemos sido lo suficientemente enérgicos ni ambiciosos a la hora de expresar nuestra repulsa a la dictadura que padecimos (costaría encontrar a alguien que osara compararse públicamente con Adolf Hitler, incluso entre déspotas megalómanos y asesinos). Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, la infame cruz del Valle de los Caídos continúa alargando su sombra sobre la capital; las calles de nuestras ciudades se resisten (a pesar de las leyes, o a costa de su tibieza) a dejar de honrar la memoria de la dictadura y sus verdugos; miles de cadáveres de represaliados salpican los márgenes de nuestras modernas carreteras y, hoy mismo, empezamos a adivinar la dimensión de la trama de robos de niños a mujeres republicanas durante el franquismo. Mientras tanto, el juez Baltasar Garzón, que para muchos representa en sí mismo uno de esos gestos tan escasos y necesarios, ha sido silenciado con otro más estentóreo y significativo.
No obstante, resisten los pequeños gestos, las batallas personales, las historias que perviven en libros como Las fosas de Franco, de Emilio Silva y Santiago Macías, en el que puedo leer la siguiente frase del General Mola (céntrica calle de mi ciudad, por cierto): “Hay que sembrar el terror. Dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.