Luz fría
Frío. El invierno siempre acaba poniéndose
serio en estas fechas, la vida, más dura. Hay quien se muere en la calle,
aterido. Hay quien se muere en su casa, víctima del fuego provocado por una de las
velas que utilizaba para iluminarla, por el brasero o el radiador eléctrico con
el que trataba de calentarse pobremente, acercándoselo mucho, porque no tiene
dinero para caldear la casa como es debido. Y habrá más, los muertos futuros de
este mismo invierno. Un porcentaje, unas cifras, un dato para alarmarse o estar
orgullosos en función de las comparativas, nada más. Mientras tanto, el precio
de la luz sigue subiendo, nadie sabe exactamente cuánto, una barbaridad, eso
sí, pero qué más da. Los propios medios no saben bien cómo explicar la
información, porque no hay dios que la entienda. Hay subastas y megavatios y
muchos euros. Es el mercado. Es el resultado de la privatización y de la
liberalización del sector, esa panacea competitiva que nos vendieron como el
colmo de la inteligencia política. Bajarán los precios, dijeron, mejorará el
servicio. ¿Alguien se hace responsable de los muertos? ¿Del robo a mano armada
de la tarifa eléctrica?
Pero seamos patriotas, coño (siempre me
sale un coño después de patria). Los datos macroeconómicos parece que pintan
bien, ¡qué recuperación! ¡Cosa bonita! Es para estar orgullosos, porque estas
grandes empresas españolas obtienen ingentes beneficios de nuestros braseros y
los reparten entre sus directivos e inversores de tal modo que la economía del
país crece y se fortalece mientras la nuestra da asco verla.
Si a todo esto le sumamos los datos del
último informe de Oxfam Intermón, donde se indica que España se sitúa entre los
cinco países de la Unión Europea con mayor desigualdad entre ricos y pobres,
advertimos enseguida lo bien que se están haciendo las cosas por aquí, porque,
desde luego, seguimos la tendencia del resto del mundo, donde las 62 personas
más ricas acumulan el mismo dinero que la mitad más pobre del planeta. En
España, el 1% más rico posee la misma fortuna que el 80% más pobre. Pero, coño
(patria), somos competitivos, nuestras grandes empresas tienen un valor
internacional. Además, mientras tratamos de calentarnos a manotada limpia, no
estamos tan pendientes de los tejemanejes políticos.
Pero aquí nadie es inocente. Nos siguen
vendiendo esas dos palabras, privatización y liberalización, en todos los
ámbitos de la vida. Y seremos capaces de seguir comprándolas.
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