Guantazo divino

Muchas veces pienso que es un milagro, que quizá Pepiño y los otros curas del colegio tenían razón y Dios existe. Y aunque nunca haya jugado a los dados con nadie, puede que lo del libre albedrío se le fuese de las manos en una loca partida de cartas. Porque, díganme ustedes, ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí (y me refiero a este punto frágil, pero inestimable, de civilizada convivencia) nosotros solos sin, digamos, algún que otro empujoncito divino? Con “nosotros”, claro, me refiero a los seres humanos, pero, oye, los españoles en concreto tal vez hayamos necesitado dosis más frecuentes, sesiones más largas, empellones más fuertes. De ahí nuestro proverbial celo católico. Es puro agradecimiento. La expresión “Gracias a dios” cobra ahora un nuevo significado para mí, porque sin Él, ¿qué hubiese sido de nosotros?, ¿la extinción? Eso ya lo intentamos varias veces, la última, no hace tanto; todavía hay cadáveres en las cunetas de nuestras modernas carreteras, de nuestros pintorescos pueblecitos. 

Cuando ves a una banda de adoradores franquistas agitando la rojigualda, balando sus viscerales soflamas chovinistas y gritando “libertad” a pleno pulmón (y por lo tanto esparciendo sus gotículas y aerosoles), por el centro de un Madrid pandémico y desnortado; cuando te enteras de que, aprovechando el festivo del pasado lunes, hubo ciudades, como Granada, atestadas de turistas y estudiantes festejando no se sabe qué en plena calle, amontonados y sin mascarillas; cuando escuchas las declaraciones ignorantes, partidistas y perversas de tantos irresponsables políticos del Partido Popular, como las de sus representantes capitalinos, que acusan al Gobierno nada más y nada menos (¡y con gran altura intelectual!) de “secuestrar a los madrileños”; cuando lees que padres de alumnos de colegios concertados claman al cielo por la libertad de elección de colegio para sus hijos y sus amigos de clase (social); cuando varios partidos de la oposición tachan de “bolchevique irredento” al vicepresidente del Gobierno… En fin, cuando te paras a contemplar eso que llaman el panorama nacional en medio de esta pandemia, comprendes que solo un milagro podría salvarnos de nosotros mismos y de la profunda crisis social y económica que ya se barrunta.

Por otra parte, da la impresión de que la palabra “libertad” esté en horas bajas. Cualquier pijo al que le peatonalizan la calle por la que solía circular con su Audi, clama al cielo por su libertad perdida. La menor subida de impuestos o inversión de dinero público en políticas que traten de paliar la desigualdad social atenta contra la libertad de ciertos libérrimos españoles; los xenófobos exigen libertad, y los homófobos y los fascistas, hasta los proxenetas. Hemos llegado a un punto en el que nadie sabe ya qué demonios significa eso que llaman libertad.

Pero no se preocupen, siempre podemos confiar en el divino empujoncito que tarde o temprano nos acabará cayendo del cielo. Aunque, esta vez, tal vez fuese mejor un buen guantazo. 

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