La ventana distópica. Epílogo

Me cuesta cerrar el ciclo de estos textos “distópicos” que solo pretendían ser un paréntesis en mis divagaciones habituales y centrarse en la extrañeza de lo que hemos vivido estos últimos meses, pero lo extraño parece haber venido para quedarse, o quizá ya estuviese antes entre nosotros, como el virus de marras, inadvertido entre la rutina y el hartazgo, y yo ya no sé si es que ahora no salgo de mi asombro o regreso a él como en un déjà vu en sesión continua. Me refiero a lo extraño de vivir en un país que da la impresión de no querer serlo; de tener unos políticos (los de la oposición, en este caso) que lejos de remangarse y ponerse manos a la obra al servicio de los demás, de la ciudadanía, de todas las personas que por casualidad (casi todas), capricho o necesidad vivimos en España, se dedican a pergeñar obscenos espectáculos de un populismo de telenovela no ya barata sino chunga, muy chunga; lo extraño de ver como en pleno siglo XXI algunas siguen mezclando misas con política mientras recetan comida rápida, ladrillo y privatizaciones contra la crisis. Pero lo más familiarmente extraño es ver a los abanderados de siempre manifestándose en plena crisis sanitaria, todos bien juntos y revueltos, colapsando avenidas y quemando carburante al grito de libertad (con ira, me temo). 
Una vez que superas, mal que bien, la vergüenza ajena de ver a tanto enemigo de los derechos (ajenos) clamando por no sabemos qué (¿poder para recortar la libertad de los demás?), comprendes, o recuerdas, que su país y el tuyo pertenecen a planos diferentes de la realidad, que hay graves desfases espaciotemporales, que te sientes como un marciano con resaca al que alguien le ha gastado una broma pesada.
Cuando la ultraderecha española pareció resurgir hace poco más de un año en unas elecciones andaluzas, el marciano que esto escribe ahora con asombro no le dio demasiada importancia (igualito que con el virus). Creía que no era nada nuevo, que las ideas antidemocráticas con tintes fascistas siempre habían estado ahí, disimuladas, unas mejor que otras, entre los políticos y los votantes tradicionales de la derecha, y que la aparición del nuevo partido de ultraderecha no era más que una rabieta puntual de un puñado de nostálgicos con serias dificultades para el disimulo. Pues bien, me equivoqué. Al parecer, se ha producido una especie de efecto llamada. Muchos otros que antes se las apañaban para pasar desapercibidos, incluso como demócratas de toda la vida, han visto la oportunidad de dar rienda suelta a sus instintos al calor del rebaño.
En estos últimos meses ha habido una apropiación de símbolos y palabras tan ultrajante por parte de la derecha y la ultraderecha española que uno ya no puede ver una bandera de España sin que se le revuelvan las tripas. 
Y resulta que ya no encuentro vuelos de regreso a Marte.

Comentarios

Entradas populares