Ficciones desde el interior

Escuchar (y por supuesto leer) a Bernardo Atxaga es volver a sentir esa emoción con la que me acerqué a la literatura cuando tenía veinte años. Ha pasado el tiempo desde que leí El hombre solo, primero, y Obabakoak seguidamente, y me quedé fascinado por su escritura sencilla y humana, por la riqueza expresiva de un narrador capaz de generar emociones muy poderosas y mostrarnos la belleza y el misterio de la vida a través de una prosa contenida y profundamente poética. 
Javier Pintor y Xavier Seoane invitaron al maestro vasco al ciclo Encuentros con escritores, en la UNED de A Coruña, donde pudimos disfrutar de su campechanía y de sus reflexiones acerca de su obra y de la forma en que entiende el oficio de la escritura. 
Acaba de publicar Casas y tumbas (Alfaguara, 2020), una novela que pone de manifiesto todas las virtudes anteriormente citadas y con la que el autor, equivocadamente, espero, cree cerrar su periplo narrativo con este género. En mi humilde opinión de lector veterano, debo decir que, hoy en día, no abundan novelistas como Atxaga ni novelas de la calidad y la hondura de esta última o de cualquiera de sus obras anteriores, por lo que, al terminar el acto, yo mismo me atreví a proponerle que lo reconsiderase. 
Casas y tumbas respira una atmósfera muy parecida a la de otra de sus grandes novelas, El hijo del acordeonista, donde la vida es la verdadera protagonista, reflejada a través de sus más importantes vicisitudes: el paso del tiempo, el amor y la amistad. Decía el propio Atxaga, en relación con su última novela, que, en realidad, el amor es el verdadero tema, pero que esta palabra, como otras muchas, parece haber caído en desgracia de tan manoseada. Y hablando de cosas muy manoseadas, Pintor, atento como está a la actualidad editorial, le preguntó por la recalcitrante (el adjetivo es mío) tendencia en la literatura española de los últimos años a publicar novelas de autoficción, cuando no explícitamente autobiográficas, en detrimento de la ficción. Atxaga reivindicó entonces la tercera persona como la mejor forma de incluir al lector en la historia que el narrador ha creado para él. La primera persona puede adolecer de cierto egocentrismo, y siempre se ha dicho que las novelas aspiran a la universalidad. 
La literatura de Atxaga se nutre de su memoria. Escribe desde el yo para transformarlo en ficción y no en un mero recorrido vital a modo de anecdotario o de reflexión ensayística. Su bagaje vital es el motor de sus novelas, lo vivido, lo aprendido, lo escuchado, lo visto en las películas o leído en las novelas que lo han acompañado en cada etapa de su vida. Incluso en Días de Nevada, una suerte de diario que escribió a propósito de su estancia, durante casi un año, en Reno, la ficción y las vidas de los otros se entremezclan con la realidad y sus propias experiencias del modo más natural y novelesco. 
Ojalá no deje nunca de escribir novelas, tal y como amenaza. Sus libros forman parte de mi memoria, de mi vida, y de la de tantos otros lectores que lo admiran.

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