Polisemias fraudulentas

Ahora que se cumplen treinta años de la caída del muro de Berlín, recuerdo la confusión que siempre me causó la forma en que se denominaba a cada una de las Alemanias dividas por el hormigón. Porque había una que era la democrática (RDA), pero, por lo que el niño y luego el adolescente que fui sabía, sus métodos parecían estar muy lejos de lo que aquella gran palabra significaba entonces en esta España recién aterrizada en el mundo libre. Con el tiempo, uno comprende que el arte de la polisemia fraudulenta es una de las cualidades mejor valoradas en política, quizá haya una asignatura y todo, troncal, me imagino, en la carrera de Ciencias Políticas que ofrezca los mimbres lingüísticos y dramatúrgicos básicos para su desarrollo. Luego, ya cada uno, con la práctica, y según sus innatas capacidades, podrá llegar todo lo lejos que alcance su imaginación. Pero, lo cierto es que los políticos no son los únicos causantes de esta proliferación de polisemias mezquinas o tergiversadoras de la realidad. Los políticos están hechos a imagen y semejanza de los ciudadanos que representan, o viceversa, vaya usted a saber. 
Hay quienes llaman fascista a cualquiera que exprese una opinión contraria a la suya y quienes defienden la libertad de expresión impidiendo, por ejemplo, que alguien participe en una charla pública. Hay quienes claman por sus derechos mientras se manifiestan en contra de los derechos de otros, quienes llaman víctimas a los verdugos, paz a la violencia, transparencia a la oscuridad de las cajas B, popular a lo exclusivo, General al dictador, defenderse a atacar y, cómo no, democracia, la tan mentada, a rebelarse contra las propias reglas democráticas, ya sea en forma de tsunami o de marejada. 
Las formas y fórmulas de la Guerra Fría, tantos años después de la caída del muro, no han variado mucho. En realidad, Goebbels, el nazi, este sí, ya lo había inventado antes casi todo: apuntar a un enemigo común, exagerar las afrentas, simplificar al máximo los argumentos, hacer hincapié en viejos prejuicios populares, exacerbar las actitudes más primitivas, etc. ¿Les suena todo esto? 

Y con este panorama a la vista, los cincuenta y dos nuevos diputados de Vox llegan ahora al Congreso para devolverle un tufo vintage que, con los años, hasta el mismísimo PP había conseguido disimular en cierta medida. Y ojalá se tratase de una moda pasajera, como el Vuelven los ochenta o la barba de Casado, pero mucho me temo que los principios propagandísticos del famoso ministro nazi han vuelto para quedarse, si es que en algún momento habían llegado a desaparecer. ¿Paradojas democráticas, o demasiada manga ancha con el uso de la polisemia? Ya saben, esos muros que tanto nos unen.

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