Los restos de la cultura


Fue muy triste ver en uno de los debates televisivos previos a las elecciones cómo los candidatos de esos cuatro partidos tragaban saliva y ponían cara de póker cuando, casi al despiste, en un desliz del previsible transcurrir del programa, uno de los presentadores les lanzó una pregunta de relleno acerca de eso que llamamos cultura. Los cuatro contestaron más o menos lo mismo. Había consenso. En esos veinte o treinta segundos dedicados a hablar de esa gilipollez que no da votos pero tampoco los quita, los cuatro beligerantes oradores mascullaron con la dicción propia de un concursante de Míster Universo una serie de vergonzosas vaguedades que acabaron por ponerlos en su sitio, a ellos, a nosotros y a todo el país. Es verdad que el formato del programa tampoco dejaba margen para otra cosa, pero eso también nos pone a todos en nuestro sitio. 
Y es que la cultura parece una cosa muy simple. Basta con tener algo de dinero que destinar a fiestas populares, conciertos de esos que llenan estadios y subvencionar alguna película. Bueno, también se pueden idear campañas de fomento de la lectura y gastarse un porrón de pasta en spots publicitarios, como si alguien fuese a leer porque se lo digan en un anuncio. Bueno, hay más cosas, llamarle a algo ciudad de la cultura o casa de la cultura o celebrar centenarios de muertes o nacimientos… Y viajar, viajar mucho, unos cuantos, para ir de stand en stand por el mundo adelante regalando folletos de gran calado cultural patrio.
Mientras tanto, las librerías siguen despoblándose, camino de convertirse en otra España vacía, pero menos visitable, y los museos se transforman en atracciones turísticas en general totalmente desvinculadas de la gente que tienen más cerca. Algunos incluso desaparecen de la noche a la mañana, y aquí paz y Noroeste Pop Rock. ¡El pueblo pide fiestas!
La literatura, los libros, son, finalmente, los restos de todo esto que llamamos cultura. Una anécdota divertida con la que posturear el Día del Libro. Creo que fue Antonio Orejudo el que dijo que los libros se habían convertido en el merchandisingde los youtubers, y de los políticos, diría yo… y de cualquiera. H.G. Wells nos adelantó lo que sería un mundo donde ya nadie leyese libros. Nos vamos acercando, pero, mientras tanto, quedan todavía unas cuantas personas que resisten y se niegan a bajar los brazos. Me hizo mucha ilusión ver el otro día en el programa de TVE, Página Dos, a Alejandra de Diego, de la coruñesa librería Berbiriana, y a Javier Pintor, promotor de la mayoría de los ciclos literarios que tenemos en esta ciudad, hablando de su fantástica labor cultural. Pero lo cierto es que dispusieron de mucho menos tiempo televisivo que aquellos políticos aspirantes a todo; y qué decir de la audiencia de este programa literario en comparación con la que pudo llegar a tener aquel debate. Pero, qué quieren que les diga, ahí es donde reside y resiste la verdadera cultura, al margen de casi todo, y gracias a gente como Alejandra y Javier.    

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