La gran ficción de las redes

Todo el mundo parece vivir pendiente de lo que se cuece en las redes. Están los adolescentes, claro, pero no creo que se trate del colectivo (si es que se los puede reducir a eso) más preocupante. En realidad, preocupa mucho más ver a los políticos (aquí la reducción colectiva resulta más apropiada y también más alarmante) enzarzados en debates no sé si populistas, puesto que el término ha tomado tantas formas y ha sido arrojado contra tantos y tan diversos discursos que ya no hay manera de saber qué demonios significa, pero sí, desde luego, simplistas o hueros o deliberadamente kitsch. La cosa no queda ahí, puesto que toda esta vaciedad dialéctica, enriquecida por el hervidero de opiniones a granel que se expande por la Red en una congestión de palabras sin ton ni son (que hay quien pretende vendernos como libertad de expresión), tiene a su vez un eco desproporcionado en ámbitos que, en principio, uno creería a salvo del pandemónium; de los que esperaría, incluso, que arrojasen algo de luz o sentido común, capacidad de reflexión y cierta altura intelectual, como la prensa o la justicia, por ejemplo. Y, sin embargo, cada vez es más habitual que los disparates de las redes se conviertan en titulares de prensa o en casos jurídicos delirantes o surrealistas. 
Los debates en las redes sociales son extremadamente simples. La propia naturaleza del medio impide ir más allá de la mera superficie del conflicto. Digamos que obliga a eludir lo complejo y a tratar cualquier asunto con grandes dosis de frivolidad, lo que favorece que se exacerben las emociones más tribales y elementales de cada individuo. El caldo de cultivo ideal para la proliferación de ideas políticas insustanciales, manipuladoras, falsarias y peligrosas. 
Y, no obstante, todo el mundo parece empeñado en creer en la redes sociales como en la Gran Verdad de nuestro tiempo. Lo que no se jalee en las redes no existe. Lo que allí se diga adquiere una trascendencia exagerada que tiene más que ver con el tumulto que con la verdad, el pensamiento o la inteligencia. Se trata de una gran ficción en la que estamos empeñados en creer a toda costa. Y resulta paradójico, porque, en realidad, su falsa fachada está a la vista de todos, ni siquiera tratan de ocultárnosla. La prensa recogía hace unos días unas declaraciones de la mismísima Esperanza Aguirre, en relación con una compañera de partido, en las que afirmaba: "(Ella) escribía mis tuits y jamás metió la pata. Me parece fantástica. Habla claro, sin complejos, y eso le gusta a la gente". ¿De verdad es eso lo que nos gusta?

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