El poder de la censura

La literatura en el siglo XX era una cosa importante. Adiestrados censores en el ámbito de las letras rastreaban las páginas de las novelas en busca de fisuras o desviaciones del pensamiento único. Los escritores solían estar en el punto de mira, eran personas sospechosas. Lo que escribían podía llegar a tener efectos devastadores para el orden social, al menos eso pensaban ciertos aparatos estatales cuyo grado de neurosis describió, con tanto acierto e hilaridad, Italo Calvino en los vericuetos de su maravillosa Si una noche de invierno un viajero. Se les perseguía, amputaban sus obras, deslucían sus metáforas... Lo mejor de todo eran los libros prohibidos. Textos que iban de mano en mano, siempre a la sombra de la clandestinidad. Volúmenes que eran pura adrenalina para quien los llevase encima. Había todo un ejército de lectores solitarios, ocultos en azoteas, en cuartuchos de pensiones baratas, en pisos de estudiantes, en cines y viejos cafés. Leer era un acto revolucionario. Un libro podía cambiar el mundo. Tu biblioteca te definía. Si la policía entraba en tu casa, lo primero que registraba era tu colección de libros. Había títulos que debían permanecer ocultos, poseerlos podía significar la cárcel. Fue, sin duda, una época dorada para la literatura. 
Hoy en día, los censores, que, no obstante, son legión, no parece que hayan leído un libro en su vida. Su principal entretenimiento es perseguir el sentido del humor y los disparates que la gente suelta con una inconsciencia casi candorosa en las redes sociales, o el parlamento que un motivado pregonero lanza desde el balcón de cualquier ayuntamiento ante el clamor de un pueblo entregado a sus fiestas. Las letras de las canciones populares también son susceptibles de este escrutinio, la poesía, sin embargo, no. Para qué preocuparse, si no la lee ni dios. Dice Daniel Ruiz, excelente escritor, por cierto, que él en sus novelas se siente más libre que en cualquier otro territorio de su vida. Puede escribir lo que le venga en gana, porque a nadie le importa. La literatura ha perdido tanto peso. Está en los huesos. Pero los lectores que quedamos podemos salvar los restos, algunos tan suculentos como las novelas del propio Daniel Ruiz. Maleza (Tusquets, 2018), sin ir más lejos, es una maravillosa muestra de ese espacio de libertad absoluta en el que tan bien se maneja este novelista sevillano, poseedor de una prosa muy personal y expresiva, potentísima. 

Ya lo ven, la libertad está en los libros.

Comentarios

  1. Hermosa reflexión, y sí, una pena lo que está sucediendo porque las nuevas generaciones no disfrutan de la lectura, es por ello que de cultura llevan muy poco. Pero mi estimado Fernando, quedamos muchos a los que el olor de un libro nos regresa a la vida.

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