Hogueras

Leer en Nueva Tribuna (25-6-2018)
Aunque no siempre es cierto, y quizá no lo sea nunca, me gusta esa expresión que dice “ya no hay veranos como los de antes”.  En palabras de Manuel Vilas sería como decir que ya nadie se preocupa por madrugar mucho los días de playa para llegar a tiempo de dejar el coche a la sombra. La memoria juega siempre la baza de la nostalgia y uno recuerda días interminables donde se mezclan y multiplican, como en un caleidoscopio, todas las experiencias vividas en nuestra infancia. Ay… El bello verano, por decirlo como Pavese. Las hogueras de San Juan eran la fiesta del final del curso escolar y el comienzo de un lento e inmenso verano. Como tantas otras cosas, lo que fue una celebración casi privada, familiar o poco más que vecinal, se ha convertido ahora, en mi ciudad, en un espectáculo de masas, en un alarde de concentración de cuerpos y fuegos, en una enseña turística al estilo de todas esas fiestas populares que se celebran a lo largo del verano por toda la geografía de nuestro país y constituyen el grueso presupuestario de la “cultura” de los ayuntamientos españoles. Pero me gusta de todas formas, porque uno siempre puede seguir celebrando su propio San Juan pequeño y recordar aquellos viejos veranos con sabor a sardinas y días al aire libre.
Hoy todo pasa más deprisa. Los años, es bien sabido, aceleran el tiempo. Los veranos conservan el aliciente de los días siempre escasos de vacaciones (para aquellos que pueden disfrutarlas), que son un desvaído simulacro de las de entonces. Algunos tratan de superar este cambiazo a fuerza de espectacularidad y consumo, viajes exóticos, grandes hoteles, complejos programas turísticos… lo que supone tanto o más estrés que la rutina de las jornadas de oficina y un nuevo agujero en la economía familiar. A lo que podríamos añadir la insatisfacción crónica de los más pequeños, para los que ningún plan es comparable a las publicitadas vacaciones de su youtuber o instagramerfavoritos, los nuevos “hombres anuncio” de las redes sociales.
Sin embargo, todavía nos queda una forma fabulosa de revivir la lentitud perdida, el espíritu de los viejos veranos. Los libros, claro está. Bien lo saben ustedes, queridos lectores. Disfruten de un verano sembrado de buenas lecturas y holgazaneen todo lo que puedan. Nos veremos seguro y nos reconoceremos en nuestra común huida de la estipulada masificación estival, a pesar de las hogueras. 

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