Escribir

¿Qué es lo que le empuja a uno a pasar tantas horas de su vida inclinado sobre las páginas de un cuaderno en blanco o el teclado de un ordenador juntando palabras, imaginando vidas o relatando historias que ha escuchado o ha conocido de primera mano? ¿Por qué hay quien siente ese impulso de dar forma narrativa a sus pensamientos, escribir pequeños relatos, cuentos, novelas? ¿Qué fascinación ejerce todavía hoy sobre nosotros la palabra escrita, el artificio de la ficción, la magia de la literatura? Escribir puede ser una terapia o una maldición; muy pocas veces, una forma de ganarse la vida; más a menudo una forma de vivir, de estar en el mundo. Hay quien sueña con publicar y quien solo escribe para sí mismo, quien hace pública su afición y quien se llevará a la tumba su secreto.
Siempre he pensado que a escribir literatura se aprende leyendo. Savater suele decir que él, antes que filósofo o escritor, se considera lector, y que si en su vida ha tenido que desempeñar otros oficios es porque uno no puede pagarse las facturas con la lectura. No puedo estar más de acuerdo. Leer es la herramienta fundamental del escritor, sus lecturas son su bagaje literario, su historia, el pasado de su escritura.
Hay quien viene al taller quizá pensando en adquirir una serie de técnicas, de trucos capaces de dar forma a las historias que palpitan entre sus dedos de pronto inhábiles frente a la página en blanco. Yo siempre les digo que para escribir, lo único que hay que hacer es sentarse a escribir, así de fácil, así de difícil. Dice Millás que a veces parece que la tarea más importante a la que dedica su tiempo un escritor es a buscar razones para no escribir. Vencer esta tendencia a procrastinar requiere cierta exigencia, una perseverancia por momentos agotadora que a uno puede llevarle a preguntarse: ¿qué es lo que le empuja a uno a pasarse tantas horas de su vida inclinado…? y vuelta a empezar. En realidad, la técnica, los trucos no valen si uno no los ejerce de forma natural, si no los tiene interiorizados en su escritura, y para ello, la única fórmula que conozco es la lectura. En Por cuenta propia, Chirbes cita a un crítico alemán, llamado Marcel Reich-Ranicki, que dice: “La mayoría de los escritores no entiende de literatura más de lo que las aves entienden de ornitología”. No obstante, en el taller, leemos y ponemos en común nuestras inquietudes; armados con prismáticos, disfrutamos del vuelo de cada palabra.

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