El aburrimiento

Leer en el diario digital Nueva Tribuna
Estoy de acuerdo con Savater cuando dice que el aburrimiento ha tenido la culpa de muchas tragedias humanas. Tanta gente que no sabe qué hacer con su vida y se dedica a sabotear la de los demás. Tanta gente dispuesta a obligar a otros a creer en esto o en lo de más allá, a actuar según su doctrina, a ver la realidad desde un único prisma, el suyo. Tanta gente que no se soporta a sí misma y necesita volcar toda su frustración en el resto de la humanidad. Hay quien necesita inventarse siempre un enemigo, porque pasar la tarde tranquilamente en casa con una copita de vino y una buena novela no acaba de entretenerle. Se aburre y cualquier excusa es buena; los negros, los blancos, los católicos, los musulmanes, los homosexuales… El aburrimiento, algo tan genuinamente humano, ha hecho tanto daño que hasta parece lógica esta obsesión nuestra por estar ocupados en algo las veinticuatro horas del día. Tanto es así que a veces ya le da a uno cierto apuro decir que no va a hacer nada cuando alguien le pregunta por sus planes para el fin de semana o las vacaciones de semana santa. La cosa es tan grave que incluso piensas en inventarte viajes o excursiones con los que deleitar los lunes a tus compañeros de la oficina con tal de que se queden tranquilos y dejen de preocuparse por ti, por esa aparente inactividad a la que dedicas tus horas libres. Abrumamos a nuestros hijos con actividades extraescolares porque no concebimos que puedan pasarse unas cuantas horas tumbados en el sofá o en la cama pensando en algo tan bonito como las musarañas. Es esa obsesión por lo productivo, por rentabilizarlo todo, por asociar a la vida la idea única del beneficio económico. Aburrirse, “perder el tiempo”, dedicarse a pensar en uno mismo o en el conjunto de la humanidad, en lo raro que es en realidad esta existencia nuestra…
Quizá sea ese el reto que tenemos pendiente como especie, aceptar el aburrimiento. Enseñar a las próximas generaciones a aburrirse mansamente en sus habitaciones, en los salones de sus casas, en las terrazas de los cafés, en largos paseos por la ciudad, ojalá que con un libro en el bolsillo al que poder recurrir cuando se sienten a descansar. Enseñarles a disfrutar de la soledad para que aprendan a valorar también la compañía y la diversidad. Ojalá que el futuro nos eche encima toneladas de pacífico aburrimiento.

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