Del amor y los libros

Karmelo C. Iribarren. Foto: LAURA MINER
Este año, el Día del Libro me coge leyendo “El amor, ese viejo neón”, una recopilación de poemas de Karmelo C. Iribarren recientemente editada por Penguin Random House. Son versos serenos, de una asombrosa y certera llaneza. Contienen la dosis justa de aspereza, de desengaño, de melancolía y también de esperanza, porque a ese viejo neón, lo dice el poeta, lo sabemos todos, aún se le encienden las letras. Me gusta esta poesía sin artilugios, tan de andar por casa, por el barrio, por los bares donde nos hemos pasado media vida (unos más que otros, ya sé). Celebrar el día del libro leyendo poesía tiene algo de resistencia, de épica menor que, de alguna manera, tiene que ver con el amor; el amor por los libros, por las palabras, por la literatura. Sí, los bares y los libros… ¿cuántas historias de amor caben ahí? Mis respuestas”, Las tres/de la madrugada./ Que vengan/esas grandes preguntas,/que ya tengo/mis respuestas:/ el viento/y la lluvia/ahí fuera,/ y aquí/al lado/tu respiración.
Y es verdad que leer me parece, cada vez más, un acto de resistencia, aunque, en realidad, siempre lo ha sido. Leer para escapar de la vulgaridad, de la ignorancia, del embrutecimiento, de la frivolidad, de la ortodoxia… También el amor, otra barricada, en lucha contra el sentimentalismo barato, la cursilería televisiva, el romanticismo naif, las inalcanzables expectativas mercadotécnicas o el desprestigio cultivado desde ciertos sectores de la modernidad como si se tratase de un sentimiento poco menos que decimonónico, absolutamente demodé…
La fiesta de los libros no debería limitarse a una fecha concreta. Tendríamos que celebrarla a diario, buscar el tiempo necesario para sentarnos a leer plácidamente y disfrutar de ese acto sosegado y provocadoramente improductivo (según los criterios de la gran manada) con la mayor desfachatez. Porque la lectura supone lentitud y placidez, un viaje interior, reflexivo, al corazón mismo de lo que somos. Leer es, hoy más que nunca, vivir a la contra. Leer es pararse a pensar, detener el mundo, toda esa actividad frenética a la que hemos entregado nuestras vidas. Leer es aplacar el ruido, sumergirnos en un silencio que nos permite quedarnos a solas con nosotros mismos y tal vez descubrir ciertos “detalles ineludibles”, gigantes, como que A veces/se te desordena el pelo/de una manera que hace/que todo lo que está sucediendo/en ese instante/pueda esperar.

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