¿La monstruosa red?

John Cheever
En un relato de John Cheever, La monstruosa radio (Relatos, vol.1, Emecé), un aparentemente feliz matrimonio decide cambiar su antiguo aparato de radio por uno más moderno. Por supuesto, esta historia transcurre en aquel viejo mundo anterior a la televisión; en palabras del propio autor (palabras que uno no se cansará de leer y repetir aquí y allá sin agotar nunca su belleza): “un mundo hace tiempo perdido, cuando la ciudad de Nueva York aún estaba impregnada de una luz ribereña, cuando se oían los cuartetos de Benny Goodman en la radio de la papelería de la esquina y cuando casi todos llevaban sombrero”. El caso es que la nueva radio parece defectuosa. En mitad de un quinteto de Mozart o de un preludio de Chopin surgen interferencias, molestos chirridos y distorsiones que poco a poco van tomando la forma de sonidos domésticos: una aspiradora, una máquina de afeitar, el timbre de un teléfono… Enseguida descubrirán que afinando la sintonía pueden escuchar las conversaciones de los vecinos de su bloque de apartamentos. Al principio, ambos coinciden en que no está bien espiar la intimidad de los demás y deciden apagar la radio. Sin embargo, ella no puede resistir la curiosidad y mientras su marido duerme o está fuera de casa, se encierra en la sala con el aparato y se pasa largas horas navegando, a través de las mágicas ondas, por el pequeño universo de vidas privadas que habitan el edificio. Por supuesto, la mujer descubre que nadie es lo que parece y que la vida está llena de amargura y dolor, que hay violencia, mezquindad, hipocresía. Finalmente, su propia fachada de felicidad matrimonial se derrumba ante la evidencia de ese mundo de apariencias bajo el que también ella escondía sus miserias.
Hoy en día, la tecnología parece habernos proporcionado a todos nuestra propia radio monstruosa. Los tabiques de la privacidad se han derrumbado. En las redes, todo se exhibe y todo se espía y, como la protagonista de Cheever, acabamos descubriendo muchas cosas que nos disgustan, de los demás y de nosotros mismos, claro. Hay quien, por ello, se ve obligado a dimitir de un cargo político, hay ofensores y ofendidos, hay hasta la ridícula pretensión de castigar los comentarios inapropiados… ¿Pero es que acaso nadie se ha dado cuenta de que uno es libre de apagar su radio virtual, dejar el móvil o la tableta en casa, salir a la calle con un libro… y se acabó el ruido?

Comentarios

  1. Es la solución perfecta para nuestra salud menta, porque aunque hay excelentes es escritores, que publican artículos muy interesantes ( como el que leo) también abunda la mediocridad y la falta de tacto.
    Excelente

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