PALABRA POR PALABRA. Ingenuidad democrática


Manifestación en A Coruña a favor del referéndum (7-6-2014)
No es un buen momento. Eso dicen. Ahora no, quizá más adelante. Y así llevamos treinta y nueve años, sin encontrar un maldito buen momento. Quienes no vivimos la transición no podemos entenderlo. Somos unos niños bien, criados en democracia, unos demócratas nativos, por así decir, que no sabemos valorar lo que tenemos porque todo nos lo han dado hecho e ignoramos las dificultades por las que tuvieron que pasar nuestros mayores para consolidar esto que ahora tenemos y, ciertamente, es tan frágil, esta convivencia nuestra en paz y en libertad. Si echamos la vista atrás, nos dicen, sólo un memo (o un demócrata ingenuo o nativo, quizá) no se daría cuenta de que “los casi cuarenta años de reinado de Juan Carlos I han sido los mejores de nuestra historia moderna, los de mayor libertad y prosperidad” (en palabras de mi admirado Javier Cercas). Nos dicen más. Sin el rey, nada de esto hubiera sido posible. Él convenció a los franquistas de que la democracia no era el demonio, además de garantizarles la impunidad por cuarenta años de opresión, torturas, asesinatos y todo tipo de desmanes propios del nacional catolicismo. Él fue la llave, el sucesor de Franco, entronizado por el propio dictador, pero cuya generosidad, nos cuentan, le llevó a ceder sus poderes al pueblo, plegarse a la constitución y no hacer un mal uso de ese poder absoluto que su sangre y la gracia de dios le habían concedido sobre sus súbditos. ¡Qué majo! Se me saltan las lágrimas. ¡Con un rey así, quién quiere un presidente elegido en las urnas!

Manifestación en Madrid, 2-6-2014 (Foto: CLAUDIO ÁLVAREZ)
Han pasado casi cuarenta años, y hasta los más ingenuos de los nativos, con nuestro limitado entendimiento, alcanzamos a comprender la complejidad política y social de la llamada transición y la importancia que entonces tuvo la figura del rey para aplacar los ánimos antidemocráticos de muchos españoles. Ahora, el rey se va. Los antidemócratas son historia, ¿no? Entonces, ¿por qué ese miedo a preguntar a la ciudadanía? ¿Por qué no podemos elegir entre la sangre azul o el sufragio universal, entre el Borbón (varón, eso sí, las mujeres detrás, por debajo), inviolable y exento de toda responsabilidad, o cualquier otro ciudadano de este país, sea cual sea su sexo, su familia, su religión o sus ideas políticas, que quiera presentarse a unas elecciones? ¿Monarquía o República? ¿Es de ingenuos creer en la igualdad y en la democracia?

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