PALABRA POR PALABRA. La tierruca

Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" el día 9-6-2012

Jesús Ruiz Mantilla
Uno nace donde nace por los motivos más mundanos o extraordinarios, pero, invariablemente, por una voluntad tan ajena a nosotros como el hecho mismo de nuestra existencia. La infancia amanece luego sobre el paisaje de este pueblo o aquella ciudad, sobre los sonidos de una u otra lengua (a veces sobre la riqueza de más de una), y, más adelante, la vida, ahora sí, al albur de nuestras propias decisiones o incertidumbres, acaba con nuestros huesos, alquileres e hipotecas en este particular rincón del mundo que habitamos, quizá el mismo de nuestros primeros pasos, quizá algún lugar en las antípodas; tal vez serenamente establecidos, tal vez sólo de paso, a expensas del trabajo, del amor… o de su ausencia. Siempre he creído en esa máxima que dice que la patria es un invento. No obstante, están los recuerdos, la familia, los amigos, todo lo que una vez conocimos, toda aquella nostalgia de nuestro primer contacto con la vida, porque, como dijo el poeta ¿Rilke? “La verdadera patria del hombre es la infancia”. Mi patria, entonces, son aquellos largos veranos de mi niñez a caballo entre A Coruña y Santander. Del Atlántico al Cantábrico, del Orzán al Sardinero; los recuerdos de la ciudad donde vivieron mis padres hasta su edad adulta, donde vivían mis abuelos, tíos y primos; los nombres que entonces me resultaban a la vez exóticos y familiares: Puertochico, la Magdalena, Maliaño, Somo, Peña Cabarga; todos aquellos viajes por la provincia, “la Tierruca”, como siempre la han llamado mis padres, con esa añoranza también de pasado y de infancia que la distancia espolea. Desde San Vicente de la Barquera hasta Castro, desde Santillana del Mar hasta Potes y Reinosa… Un paisaje de verano y días ociosos, colmado de encuentros familiares y placeres infantiles. Una ciudad que los años fueron dejando atrás y que ahora he recuperado en el libro de Jesús Ruiz Mantilla, Ahogada en Llamas, que el autor presentó el pasado día 2 de junio en la Casa de Cantabria en A Coruña. Una novela donde Santander emerge del fuego (desde la explosión en la bahía del vapor Cabo Machichaco, en 1893, hasta el devastador incendio de 1941) para sumergirnos en su historia, que es un poco la mía; como podría hacer mía también la dedicatoria final de Ruiz Mantilla: “A la ciudad que también fue mi cuna y mi palabra. A mis padres, que me pasearon de la mano por todas sus esquinas…”.

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