PALABRA POR PALABRA. Los censores flotan



Parecían tiempos lejanos los de la censura. Me refiero a los de esa censura institucionalizada y, por lo tanto, sometida a una serie de cauces “legales” que acababan convirtiéndola en un mecanismo previsible y casi familiar para quienes la sufrían, ya fuera en sus carnes creadoras o en sus intelectos coartados por el “bien común” o el designio de la divinidad de turno; esa censura, a la vez hilarante (por estúpida) y despiadada, que actuaba en la absoluta convicción de que cualquier forma de expresión artística o intelectual que fuera más allá de sus estrechas convicciones políticas, morales o religiosas comportaba una amenaza vital para sus regímenes endogámicos. Lo cual, seguramente, fuera cierto.
Como decía, en nuestro civilizado y democrático mundo occidental, nos creíamos a salvo de estas prácticas inquisitoriales a pesar de la más que evidente pervivencia de la figura del censor en casi todos los ámbitos de nuestra vida, eso sí, disfrazada, unas veces, con ese manto, tan a la moda, de lo políticamente correcto, y otras, con la tergiversadora semántica del terrorismo (en nuestro país, hasta hace unos días, cientos de periodistas salían a la calle con escolta y trabajaban con una amenaza de muerte sobre sus teclados. Esto que, en México, por poner un ejemplo, denominamos “barbarie asesina” o “crimen organizado”, aquí, hay quien lo llama “lucha armada”). Y es que el censor ha sabido adaptarse a los tiempos que corren y en la manipulación del lenguaje ha encontrado su razón de ser.
En el año 2005, un periódico danés fue atacado desde distintos sectores políticos y religiosos por haber publicado unas caricaturas de Mahoma. El censor se acogió entonces al adjetivo “irrespetuoso”,  y aquello degeneró en un debate mendaz sobre los límites de la libertad de expresión (¿cómo es posible, me pregunto, que alguien pueda plantear siquiera la posibilidad de que un periodista deba plegarse a los deseos o creencias de una determinada comunidad religiosa?). Ahora, la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo ha volado por los aires, al parecer, por publicar un número crítico y satírico sobre la victoria islamista en las elecciones de Túnez. Philippe Val, su director entre 1992 y 2009, entrevistado para El País (23-5-2007), decía que “si se prohíbe criticar a la religión, la democracia se hunde”.  Y, no lo duden, los censores flotan.

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