PALABRA POR PALABRA. Memoria de los primeros libros


Cuando pienso en los escritores que más admiro, por quienes siento un cariño especial que va más allá de sus méritos literarios o de su buen nombre, me parece descubrir un lugar común a todos ellos en mi memoria. Se trata del primer libro suyo que llegó a mis manos. A pesar de haber leído después muchos otros, anteriores y posteriores a ése, mejores y peores, los lazos que me unen con esa primera novela constituyen la esencia sentimental de mi devoción por su literatura. Y es que ese momento único en el que leemos por primera vez a un escritor desconocido, o al que no habíamos tenido antes la oportunidad de dedicar el tiempo preciso que exige la lectura, puede provocarnos indiferencia, un entretenido desinterés, o convertirnos para siempre en auténticos seguidores (perseguidores) de sus futuras y pasadas publicaciones.
Así, a vuela pluma, pienso en alguno de estos flechazos con primeros libros que me unieron de un modo tan perverso con sus autores: Las armas secretas, de Cortázar, que incluye ese cuento memorable: El perseguidor; Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite; La larga marcha, de Rafael Chirbes; El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina; Las nieves del Kilimanjaro, de Hemingway; Bullet Park, de John Cheever; La soledad era esto, de Juan José Millás; La peste, de Albert Camus; El malogrado, de Thomas Bernhard; El hombre solo, de Bernardo Atxaga; Ruido de fondo, de Don DeLillo; Leviatan, de Paul Auster; Todas las almas, de Javier Marías; La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, Todos los nombres, de José Saramago; El castillo de arena, de Iris Murdoch; Los denudos y los muertos, de Norman Mailer; La luna y las hogueras, de Cesare Pavese; Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti; El túnel de Ernesto Sabato…
Libros y escritores que han acabado formando parte de mi vida. Porque, muchas veces, nuestra relación con los libros trasciende al mero entretenimiento como lectores. Es la base no sólo de una formación o de un gusto literario determinados, también de nuestra propia concepción del mundo. Una forma de entender la realidad, la vida, a través de la ficción. Sus palabras son, al fin y al cabo, pequeños puntos de luz que quizá consigan orientarnos, al menos acompañarnos, en el nebuloso trayecto de la existencia, todo este desconcierto que habitamos.

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