FICCIONES. El "no pensamiento"


Eduardo Haro Tecglen (1924-2005)
Cada vez escucho a más políticos decir que ya no hay ideologías. Ni derechas, ni izquierdas, sólo un aséptico e incoloro centro en el que cabemos todos (incluido, al parecer, algún dictador de nuestro pasado reciente que la Historia académica redefine como “inteligente y moderado”, además de “valeroso y católico”). Si bien es cierto que esta negación de ideas políticas básicas suele estar más en boca de militantes de la derecha, seguramente porque ellos mismos advierten lo inconveniente que sería para hacer campaña dejar traslucir, sin eufemismos (“centrados en ti”), la verdadera raíz semántica de su proyecto político, también se aprecia al otro lado de la balanza esta tendencia al “centrocampismo” (¡hasta Lotina, en el último partido de liga del Dépor, decidió cambiar a Riki, el único delantero que se desmarcaba!). Así que ya ven… hasta en el fútbol. Esa tendencia al juego difuso, sin desmarques, está a la orden del día. Sin duda, se trata de aglutinar votantes, de llegar al poder por la vía rápida, renunciando al engorro que supondría tener que exponer a la ciudadanía su pensamiento político, argumentar  con convicción un proyecto original y tratar de convencer al mayor número de votantes de que se trata de la mejor opción para los ciudadanos y no para para ellos mismos y sus arribistas intenciones. ¡Qué lata! ¡Sería necesario tanto tiempo y esfuerzo!
Eduardo Haro Tecglen, en su libro Ser de izquierdas (Temas de hoy, 2001) hacía alusión al peligro de esa marea de “pensamiento único” que no ha dejado de  subir y bajar a lo largo y ancho de la historia y que parece volver hoy sobre nosotros con toda la fuerza de la pleamar. Este querer tener a todo el mundo contento, esta “política única”, ha hecho del discurso político una infusión tibia y descafeinada. Estamos en “la era del té”, que decía Jordi Soler en su perspicaz artículo de El País (1-6-2011), “En esta época de honda corrección política se promueve el pensamiento único, automático y acrítico”. No se trata de recuperar viejos dogmatismos, sino de no hacer dogma de esta grisura ideológica que nos ha tocado vivir. Y es que, como advertía Haro Tecglen: “Han comenzado a abandonarse las enseñanzas del humanismo, con el intento de sostener el pensamiento único y, si es posible, el no pensamiento”.

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