PALABRA POR PALABRA. Cuentos de Otoño
Estoy leyendo Fall River, un libro de cuentos de John Cheever (Tropo Editores, 2010) que recoge los primeros relatos publicados por el autor de El nadador en diversas revistas entre 1931 y 1949, algunos de ellos, escritos cuando apenas contaba veinte años. Las historias de este libro no están incluidas en Relatos 1 y Relatos 2 (The Stories of John Cheever), recopilación que le valió el premio Pulitzer en 1979, ese tardío reconocimiento a uno de los mejores escritores del siglo XX; pero, como es sabido, siempre hay algo que nos nubla la razón a la hora de reconocer el talento de nuestros contemporáneos. Por lo tanto, esta obra contiene eso que críticos y expertos suelen llamar relatos de iniciación o aprendizaje. No obstante, como bien nos indica Rodrigo Fresán en su prólogo: este aprendiz es, nada más y nada menos, que el aprendiz de John Cheever.
John Cheever |
Leo despacio, saboreando cada relato, escogiendo el momento oportuno para retomar su lectura, espaciándola gustosamente mientras voy masticando otros libros (algunos -debo reconocerlo- tan difíciles de digerir que uno duda si devolverlos a la nevera). Voy con el libro de aquí para allá. A veces, repaso uno de los cuentos que ya he leído, otras, simplemente lo hojeo distraído, sopeso su breve volumen entre las manos. Y es que hago lo posible para no terminarlo, para que en mi imaginación no se desvanezcan del todo esos paisajes de otoño en los que, al atardecer, el aire levanta algunas hojas amarillas y riza el humo que brota de los tejados bajo la llovizna, en los que Cheever hilvana las vidas de unos personajes marcados por la Gran Depresión, que beben cerveza en los patios traseros de sus casas, viven en habitaciones alquiladas o han perdido sus propiedades y sus trabajos: viajantes, camareras, coristas… Cheever posee lo mejor de esa concisión pura de Hemingway y los destellos anunciadores de su propio e inconfundible estilo narrativo. Lejos de las zonas residenciales que poblarían sus futuras obras, salpicado de un ambiente hípico, donde advertimos esa esperanza pobre y desesperada de las apuestas, Fall River planea también sobre pequeños pueblos de carreteras polvorientas, lagos en los que aún es posible nadar a finales del verano y, cómo no, trenes en los que hombres con abrigo y sobrero acuden cada mañana a su trabajo en la ciudad. Todos esos territorios conocidos, y amados.
Sus diarios. La familia Wapshot. Sus cuentos, alguno de ellos inverosímilmente geniales. Cheever es mi gran descubrimiento de los últimos años. Un grande.
ResponderEliminarUn saludo.